Por: Dino Segura Robayo. Cofundador EPE
Hemos vivido recientemente varias discusiones que a la vez que son muy interesantes por los temas que abocan, también son muy significativas por el momento histórico que estamos viviendo.
Por una parte, existen diversas posiciones con respecto a lo que es el conocimiento y en particular sobre el papel de los saberes en frente de los problemas y dificultades de siempre, por ejemplo de la salud, de la alimentación o de los desarrollos tecnológicos. En estas discusiones nos exigen con frecuencia reconocer como única fuente certera de acción, al saber occidental (la ciencia) desconociendo otras fuentes de saber y sabiduría como lo son nuestros saberes ancestrales o las sabidurías del lejano oriente. Sin embargo, si hay algo claro en la misma ciencia, que sus seguidores desconocen, es su rechazo al dogmatismo, autoritarismo e inmutabilidad.
En este momento, aunque se está generalizando la preocupación por el cambio climático y es prácticamente inocultable su impacto, existe una indiferencia práctica de la mayoría de ciudadanos que se oculta tras de una expectativa por lo que harán los gobiernos en frente de las urgencias energéticas y los destrozos forestales.
Las discusiones planteadas se relacionan muy pronto con otro aspecto. Para muchos, tanto el cambio climático como la inequidad mundial deben relacionarse con el modelo económico que desde hace mucho tiempo impera en el mundo, y que desde hace unos 50 años se hizo universal (y salvaje) mediante la imposición del neoliberalismo, la globalización de la economía y la exigencia de un crecimiento permanente. Y surge la pregunta por si no será posible otra economía o por si no será posible que lo que se haga en el mundo no sea una simple consecuencia de razonamientos e imposiciones neoliberales que urgen continuar la espiral consumista que es imposible en un planeta finito, sino por ejemplo, encontrar formas de convivir independientes de las urgencias por el consumo.
Y tenemos también consideraciones en las que distanciándonos de las políticas y las consecuencias de los acuerdos multilaterales entre los diferentes gobiernos plantean que el asunto no es tanto de una imposición desde arriba sino de un cambio cultural en la base que conduzca a una transformación de los comportamientos.
Y mientras se hacen todas estas cábalas y se plantean expectativas a muchos niveles y para muchos sectores, en la práctica no se espera nada de la educación. Parece que existiera una valoración tácita: de la escuela no esperemos nada. Al respecto vale la pena volver a las columnas de Rodrigo Uprimny (Decrecimiento: crezcamos el debate), que nos plantea cuestionamientos al crecimiento ilimitado. Arturo Escobar (¿Por qué hablar de decrecimiento, vivir bien y vivir sabroso?” No se trata solamente de vivir con menos, sino de vivir diferente y más felices, con un relacionamiento diferente entre el mundo humano y no humano, que se plantea romper esa ruptura que nos postulaba Fukuyama con el Fin de la Historia ace 50 años y William Ospina (El método gratuito para salvar el mundo) que vuelve puntualmente a que el punto no está en los gobiernos sino en la población y no en las políticas sino en la cultura, en las costumbres: hay que salvar lo gratuito…
Y, ¿dónde está la escuela?
Y no se espera nada de las escuelas porque lamentablemente hemos llegado a algo muy parecido a la premonición de H. Hesse en su Juego de los avalorios: La escuela no tiene que ver con el mundo sino con lo que existe dentro de sus propias paredes. Dentro de la escuela los problemas son otros, diferentes a los que corresponden a la vida fuera de la escuela.
Mientras el mundo se desmorona, dentro de las escuelas continuamos repitiendo los casos de factorización, los estados de la materia y la importancia de las elecciones para la formación democrática. Es que la escuela ha asumido que su compromiso es con las disciplinas, no con el conocimiento, es con los ejercicios de final de capítulo y no con los problemas del planeta es con las discusiones disciplinarias no con la vida. Y los científicos siguen sus planes diría yo, indolentemente, por ejemplo, con el lanzamiento de Artemisa. Y los tecnócratas continúan preparando el Mundial de Catar, que significa invertir energía … para vivir el trópico en medio del desierto.
Si miramos dentro de las escuelas nos encontramos con que contrariamente a la necesidad de ciudadanos democráticos, propositivos, participantes, cuestionadores, creativos…, lo que existen son prácticas de obediencia y autoritarismo en donde existe terror a los conflictos de verdad aunque estos son los generadores del saber y la experiencia, la práctica cotidiana de resolver lo que ya se sabe resolver y huir de los verdaderos problemas en donde nos formaríamos para la invención y la novedad.
Es importante que discutamos si, como lo dice W. Ospina, el problema es fundamentalmente cultural y entonces lo que debemos transformar son nuestras costumbres y comportamientos. Y si es así, el papel de la escuela es otro al soñado por Durkheim, la escuela no debe ser entonces la reproductora de la sociedad, sino un elemento para su transformación. Y en perspectiva, sería posible desde la escuela incidir en las costumbres de la sociedad, sobre todo, en nuestras malas costumbres.
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