Cortesia: Diario El Espectador. Blog. El Peatón
Por: Albeiro Montoya Guiral
Desde 1977, en las afueras de Bogotá, hay una Escuela de elefantes. Desde pequeños aprenden a ejercitar la memoria y a quererse como un grupo que tiene los mismos propósitos. Estos pequeños seres llegan grises, entre la niebla que circunda los altos pinos, pero la sonrisa de sus profesores les va vistiendo de colores y les agranda, tanto que, desde la entrada del bosque, uno alcanza a verles las orejas iridiscentes como cometas o anchos pájaros enamorados. Allí aprenden a vivir, a crear las normas, a querer y no a temer, les muestran la amistad y no la autoridad. No hay uniformes, no hay notas, no hay muros. No hay números: hay lenguaje en estado puro, ciencia salvaje. Hay colectivo.
El recuerdo de las aulas de la Escuela Pedagógica Experimental, las personas que la integran y su modelo de enseñanza perduran y permean mi práctica docente; es por eso que la experiencia ganada en el poco tiempo que habité, maravillado, su espacio, ha sido significativa al punto de ocupar mi mente la mayor parte del tiempo en que intento deconstruir las aulas universitarias y desaprenderlo todo.
Recuerdo la EPE por estos días en que la tiranía del Norte propone armar a los profesores para atacar la locura que ha creado, con devoción, durante años, al asumir la violencia como política. Recuerdo cuando, por azar tal vez, llegué de mi pueblo a estrenarme como profesor o aprendiz de elefante en esta casa grande incrustada en la montaña. Profesor de literatura. «Ave caída del nido», o algo así, me dijo Dino Segura, el antirector de la escuela.
Mis días transcurrieron con los estudiantes acostados en el pasto, mirando las nubes y hablando de Vargas Vila, cuando no en la cancha de microfútbol haciendo el ridículo con dignidad, siendo gambeteado por los más pequeños y enredado con mis propios cordones, o encerrado en la biblioteca con intenciones de hacer que hasta los conductores de la ruta y las personas que trabajaban en la cocina leyeran poesía.
Allí todo era posible. Todo podía hacerse, menos evitar el vuelo de un corazón. Me fui. Salí en la persecución de la poesía. Me fui como un estudiante, porque allí lo que hice fue aprender, graduarme de nuevo como profesor. Ave caída del nido dos veces, profesor para la vida.
Desde entonces me propuse seguir siendo un profesor EPE. Un antiprofesor, más bien. Una persona que no se opone al aprendizaje, al jugar con la didáctica, sino que lo posibilita al abolirla: al jugar primitivamente en el pasto. Quiero ser, por mucho tiempo, un profesor EPE a dondequiera que vaya. Y quisiera que hubiera más escuelas como esta en todo el país, de donde seguro egresaran más estudiantes para la vida y no solo para el sector productivo.
Colombia es un país con una educación desvencijada que deja por fuera la diversidad ideológica, que privilegia la burocracia en detrimento del conocimiento y la libertad. No hay educación pública. Los pregrados en las universidades del pueblo están llenas de trabas kafkianas para aceptar nuevos estudiantes. Los posgrados son todos privados y las becas que se ofertan a diario son todas para morirse de hambre. Los estudiantes son los clientes de sus profesores y algunos de estos, o su mayoría, lo son por accidente, por el azar o la desesperación.
Tal vez por eso vemos, cada día, a los políticos tradicionalistas muertos de susto dejando a su paso líderes muertos, saboteando las propuestas basadas en la educación incluyente.
Nuestros profesores se alimentan del tedio y de la soledad. Por mi parte estoy hastiado de hablar de poesía en un país cada día más grisáceo.
Despido esta bagatela inoficiosa con palabras de García Márquez quien, cuando le preguntaron por la educación colombiana, aparte de recordarnos nuestro origen malicioso e ingobernable, dijo que «nuestra educación conformista y represiva parece concebida para que los niños se adapten por la fuerza a un país que no fue pensado para ellos, en lugar de poner el país al alcance de ellos para que lo transformen y engrandezcan».
Por un país con más escuelas de elefantes como la EPE.
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